Prepárense para esta última parte de la entrevista. La más especial de las cuatro, me atrevería a decir (aunque eso ya es cosa de quien lee). Estamos entre bambalinas, donde las entrañas de Antonio Miguel Morales Montoro se nos descubren para que buceemos en su qué, su cómo y su por qué.
El dramaturgo moronense repasa hoy algunas de las páginas más personales de su existencia, los caprichos que el destino dibujó para que sus padres se instalaran en nuestro pueblo, su amada familia, su faceta como docente en institutos de educación secundaria… También sonreiremos felices al volver a sus sueños de la infancia, alguna que otra risa caerá al contarnos anécdotas ocurridas en sus comienzos como escritor (con muchas copas y muchos bares de por medio), analizaremos su visión sobre la salud de la cultura en Morón, conoceremos quiénes son sus referentes, nos hablará de algún que otro proyecto y homenaje que tiene entre manos, y por supuesto, prenderemos la antorcha de la ilusión constantemente renovada para alumbrar su pasión por el teatro. Ah, y un detalle más: nos meteremos dentro de él, adentrándonos hasta el corvejón, para sumergiremos en esos momentos de soledad, meditación e inspiración que Morales Montoro vive cuando se sienta a escribir.
Porque esa es la palabra que mejor define este colofón de Moroneando: inspiración. Inspiración y emoción. Dos términos que encajan a la perfección con el teatro que siembra Antonio Miguel. Dos dimensiones que, además, juegan un papel fundamental en su personalidad, por ser parte de él.
J. D. Eres moronense de vida pero palmesano de nacimiento…
Antonio M. Mi familia trabajaba en Palma, de la misma manera que las familias de otros amigos trabajaban en Barcelona o en Alemania. Mi vínculo con Morón nace del azar. Mi madre es de Algámitas y mi padre boquerón de El Palo (Málaga). Cuando iban en autobús camino de Algámitas para casarse vieron un local que se alquilaba en Morón. Antes era una cuadra. Allí montaron el Bar Parada. Allí nacieron mis hermanos. Allí nos criamos. Y allí estaba el patio del que hablé en la parte III, ese que la especulación ha convertido ahora es un espacio mental.
El azar está detrás de todo. En mi escritura el azar es un tema predominante. Pero es que creo que el azar es un tema predominante en la vida de cualquiera. Y si le das la vuelta a la palabra “Azar” entenderás mejor lo que te digo. Cuando descubrí esta casualidad también la atribuí a la justicia poética.
Por otro lado, Palma es un lugar del que nunca me he separado. Poco a poco he tenido que ir viendo como mi familia comenzaba de nuevo a vivir la misma aventura de tantos andaluces y tantas andaluzas de nuestra historia reciente: salir a buscarse el pan. En Morón vamos quedando pocos.
J. D. ¿Sabía ese niño moronense por azar que quería dedicar su vida a la enseñanza y/o la escritura? ¿O tus sueños eran otros?
Antonio M. Siempre quise ser escritor. Recuerdo la ilusión, porque la mantengo intacta. Desde el colegio hasta hoy, he participado en casi todas las publicaciones que ha habido en Morón. Mi sueño comenzó a enfocarse estudiando filología. Y la filología me abrió las puertas de la docencia. Mis sueños profesionales nunca fueron otros. En ese sentido, soy afortunado.
J. D. ¿Qué echas de menos de tu infancia?
Antonio M. Echo de menos las estampitas de Marco con su mono Amedio, los carros- cojinetes… y por supuesto añoro muchísimo a las personas que ya no están. También echo de menos el bar de mis padres, en la antigua parada de autobuses: el Bar Parada, en la Calle Luis Daóiz. Allí nacieron mis hermanos y allí nos criamos. Por allí pasaron todos los personajes de Morón y de la comarca. Fue una escuela de vida.
J. D. Tu familia… Te he leído referencias o escuchado comentarios acerca de personas como tu abuela, tu hermano, tu hijo, y supongo que serán muchas más las que adornen ese hermoso arcoíris que irradias…
Antonio M. Soy miembro de una familia monoparental y diversa. Mi Matria vive en la casa de arriba y nos regala tuppers que nos alegran la vida. Tengo un compañero migrante, con doble nacionalidad, de los que levantan el país con sus trabajos precarios (si pudiera poner aquí un emoticono sería un guiño).
J. D. Tranquilo que ponemos todos ese guiño en tus palabras. ¡Qué hermosa familia, la tuya! Hablando de Morón, y entrando ya en el terreno cultural, ¿coincides con gente como Carmen Espejo, Mila Guerrero o, más recientemente, Rosario Maldonado, que expusieron en estas líneas que nuestra ciudad necesita un buen zarandeo (un despertar) en el plano artístico y, a la vez, un mayor respaldo institucional para desarrollar todo su potencial?
Antonio M. Coincido plenamente con ellas. Son tres referentes de la música, la literatura y el periodismo, respectivamente, y hablan desde primera línea de batalla. A las tres les tengo gran cariño y admiración, y además me une un vínculo muy especial a Mila Guerrero. Pienso que todo lo que escribe es maravilla. Soy admirador confeso de su persona y de su escritura. Por eso aprovecho para recomendar a los lectores que lean su último libro, La sombra de Casandra: es un texto valiente, comprometido y necesario.
J. D. Si hablamos de la relación Antonio M.-Morón de la Frontera-cultura, me vienen a la mente algunas cuestiones más: ¿Cuánto han influido la poesía y los valores de Julio Vélez en tu obra?
Antonio M. Julio Vélez ha sido una antorcha que ha dado luz y calor a toda una generación de jóvenes que vivíamos la creación, el antimilitarismo y las reivindicaciones sociales unidas por un vínculo indisoluble. Nos enseñó muchísimas cosas desde su universo poético. Recuerdo especialmente el día que organizamos el encuentro con Eduardo Galeano para hablar de Julio, y la inmensa lección de hermandad que recibimos todos los allí presentes. Rememoro aquel día como si Julio hubiera estado presente. Es algo extraño. Son muchos los lemas de vida que nos legó Julio Vélez. Ahora, pensando en nuestros años de lucha en el Centro Social, se me viene a la cabeza uno muy especial: “El infierno existe sin duda./Mas también la posibilidad del cielo”.
En estos momentos estamos preparando desde la Asociación Cultural Poética Sin Fronteras la edición de una antología de poetas moronenses, y como no podía ser de otra manera, en ella recogemos una buena muestra de la poesía de Julio. Hemos llamado a este volumen Antología incompleta de la poesía de Morón. Va dedicado a la memoria de nuestro amigo Paco Guardado. Es muy grande el hueco que nos ha dejado Paco. Él también nos contó muchas cosas de Julio. Eran hermanos y consuela la idea de saberlos juntos en un mismo libro.
J. D. ¡Pero qué joya estáis preparando! Otra joya es la labor que realizan esas compañías teatrales pequeñas que lo dan todo. En Morón tenemos varios ejemplos, y uno de ellos es Almazara Teatro, pionera local (fundada en 1980) y cuyos valores siguen estando presentes en el teatro aficionado andaluz. Mantienes una relación muy especial con ella. ¿Qué destacarías más de su (vuestra) trayectoria?
Antonio M. En Almazara somos familia. En el local de ensayos de Almazara ha transcurrido parte de nuestra juventud, entre Genet y Weiss, por poner tan solo dos ejemplos. Isidoro Albarreal dejó un legado que es un tesoro, porque era un visionario. Jacobo Vega y José Castizo, de Agenda Atalaya, se han encargado de recoger una serie de testimonios en los que personas muy vinculadas al teatro andaluz hablan de la labor de Isis. Todo el mundo quería y admiraba a Isidoro. Estamos trabajando en un proyecto a largo plazo para dar visibilidad a esos testimonios. Yo destacaría de Almazara la capacidad para generar equipo. Cuando Almazara decidió volver tras la muerte de Isis, la vida me ofreció el regalo de que me pidieran a mí el primer texto para el regreso a los escenarios. Ahí nació La ciénaga.
J. D. Precisamente con la revista cultural Agenda Atalaya has colaborado de diferentes formas. Ya nos comentaba Rosario Maldonado en el Moroneando del mes pasado lo importante que es esta publicación para la cultura de nuestra comarca…
Antonio M. En Agenda Atalaya he tenido varias secciones: Panóptico, Los micromonólogos de la boquita prestá… Actualmente hago reseñas de los espectáculos que pasan por Morón, en una sección que lleva por título Una butaca en Oriente. No son críticas teatrales al uso, porque no me considero crítico teatral. Suelen ser reflexiones desde mi experiencia como espectador puestas al servicio de la divulgación escénica.
La importancia de Agenda Atalaya para la cultura de la comarca todavía no ha sido puesta en valor por los gestores culturales de muchos municipios, que bajo mi punto de vista deberían fidelizar las suscripciones de sus agendas para apoyar un proyecto que lleva ya más de una década promocionando nuestro patrimonio cultural y artístico.
Además, y por citar un ejemplo de otros medios o publicaciones con los que he colaborado, en este mismo medio (moroninforacion.es) tuve una sección de opinión: Las lenguas de triple filo. Fue una colaboración gustosa. Guardo muy buenos recuerdos de aquella experiencia.
J. D. Antonio y su relación más íntima con el género teatral: ¿Qué tiene el teatro que no tengan otras artes?
Antonio M. El teatro es aquí y ahora. Las emociones se viven en directo y en comunidad. Se diferencia muy poco de la vida. No sé si será eso.
J. D. El que cada vez seas traducido a más idiomas, ¿te genera vértigo, responsabilidad, presión, ilusión…?
Antonio M. Pues un poco de todo lo que dices. Pero fundamentalmente existir en otros idiomas que no conoces es pura magia. A mí no me entra en la cabeza que una persona a quien no conoces personalmente se ocupe de traducir una obra que no tiene la capacidad por sí misma de ser dicha en otra lengua, y que de pronto suene en griego o en húngaro un monólogo que tú escribiste mirando las ruinas del castillo de tu pueblo. Recuerdo perfectamente la primera vez que escuché una obra mía en otro idioma: fue La rapsodia de Ifigenia, en el teatro Empros, de Atenas, traducida por el hispanista Styl Rodarelis. La sensación que tuve al escuchar hablar a mis personajes en la lengua helénica fue de plenitud, porque pude constatar que el arte no se detiene en las fronteras, y que además tiene la capacidad de derrumbarlas.
J. D. ¿Qué significa para el teatro andaluz la Generación Romero Esteo? Y para ti, ¿qué supone ser considerado uno de los autores más prolíficos de dicho elenco?
Antonio M. Pertenecer a la Generación Romero Esteo me agrada porque tiene detrás una historia humana preciosa que me vincula a la amistad tanto como a la Generación. Escribí la obra Sulpicius en 1996 en la barra del Pavía, que en aquel año se llamaba El tablón, y era yo quien llevaba el negocio. Antonio Álamo impartía en la Fundación un taller de escritura dramática al que yo asistía, y tras el taller iba a poner copas con mis apuntes bajo el brazo y desarrollaba mis ejercicios de escritura al bar, a primeras horas de la tarde, cuando todavía no había mucha clientela. Había oído hablar del Premio Romero Esteo, que se convocaba por primera vez, y acabé de escribir la obra cuando el plazo para enviarla se cumplía. Mis amigos Silvia y Sergio, que tenían la Peña El Siguirín justo enfrente, me vieron apurado y se ofrecieron a teclearme la obra para que pudiera mandarla a tiempo. Lo hicieron y pusimos el matasellos de Correos en el sobre el mismo día que expiraba el plazo. Con las prisas le cambiaron el título, porque se produjo un baile de letras (la obra se llamaba Suplicius), pero gracias a ellos, con cambio de título incluido, quedé finalista en el certamen.
Más de veinte años más tarde, Miguel Palacios, profesor de la ESAD de Sevilla, dramaturgo y ahora amigo (lo conocí personalmente a raíz de sus investigaciones) recuperó unas grabaciones donde se daba el fallo del jurado y se recogía el acta con los finalistas. Yo era uno de ellos. Pero creía que aquello estaba olvidado. Y de pronto viene un investigador y te coloca en el mapa junto a otros autores y a otras autoras a quienes te unen vínculos creativos y en muchos casos afectivos. Yo vivo la pertenencia a esta Generación de una manera alegre y colaborativa. Nos da alegría encontrarnos, reconocernos y tender la mano a otras generaciones que tienen mucho que enseñarnos. Además, están naciendo proyectos en común.
J. D. ¡Qué maravilla imaginar esos días de estudios, cubatas, bares, primeras obras presentadas y reconocidas…! Y ahora, un cambio de rumbo para encarar el tramo final de este Moroneando. Primeramente, el teatro va a servirnos para hilar con otra de tus pasiones: la docencia. ¿Cuántos años llevas como profesor de Lengua y Literatura en el IES Carrillo Salcedo? Y dicho eso, ¿cuán presente o no está el teatro en los institutos?
Antonio M. No llevo la cuenta de los años que llevo en el Carrillo, pero te puedo asegurar que son muchos: dos equipos directivos a mis espaldas y bastante perspectiva para conocer la historia reciente del instituto y de su entorno. Además, he pasado también por el Fray y por el Fuentenueva. En Morón, Pepe Luque lleva años haciendo una labor impagable por el teatro con su grupo In Albis. Es muy difícil hacer lo que él está haciendo. El Teatro no está incluido como asignatura en el currículum educativo, y cuando a algunos políticos se les llena la boca hablando de transversalidad, de interdisciplinariedad y de educación para la ciudadanía a mí se me viene a la mente la palabra “Teatro”: integrar y aprovechar el potencial del teatro como generador de ciudadanía es una asignatura pendiente de nuestras leyes educativas.
J. D. ¿Cómo vienen las próximas generaciones? ¿Cómo es la juventud con la que trabajas a diario? Conozco a chavales que han pasado por tus clases, incluso en mi familia, y al parecer eres “un crack, uno de esos profes que dejan huella” (palabras textuales de algunos pibes a los que pregunté por ti) …
Antonio M. Las nuevas generaciones son maravillosas. No soy ningún nostálgico, así que no pienso eso de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Sinceramente creo que a muchas de las mejores personas que he conocido las he conocido en el entorno educativo, y he tenido el privilegio de que un buen número de esas bellísimas personas en algún momento de la vida hayan pasado por mis clases. Ya llevo un tiempecito en esto de la enseñanza, y puedo decirte que, aunque sea tópica, es bien cierta esa coletilla que repetimos tantos profesores: los que verdaderamente aprendemos somos nosotros.
J. D. Y para terminar, vamos a imaginar que estamos solos y que te pregunto por el Antonio inspirado en el mejor de sus momentos: cuando estás creando. ¿Prefieres escribir cuando te afligen los pesares, o cuando están los ánimos por las nubes?
Antonio M. Pienso que toda escritura ha de aspirar a ser una reescritura. La emoción debe provocar el latido, y la técnica debe acompasarlo. Uno debe escribir desde la emoción y reescribir desde el oficio.
J. D. Ese momento del día (o de la noche) que te suele motivar más para coger lápiz y papel (u ordenador, ya que estamos) …
Antonio M. Me encanta escribir tempranito, pero no siempre puedo hacerlo. En verano aprovecho las vacaciones y me suelo levantar pronto para escribir. En invierno aprovecho más la noche. Uno también escribe cuando observa, cuando escucha, cuando lee… La escritura es un iceberg, y solo se ve lo que está en negro sobre blanco. Pero hay mucho más. Antes de volcar las palabras en el teclado o en el cuaderno el escritor las ha oído en la nada.
J. D. Un rincón del mundo que te emocione más que cualquier otro para crear…
Antonio M. Mi azotea, mirando el castillo. Y también la Biblioteca de Cort, en Palma.
J. D. ¿De qué parte del proceso de escritura disfrutas más? ¿De la fase creativa ‘pura y dura’, de las vueltas de coco hasta dar con lo que buscas, del momento en que empiezas a darle forma a todo y construyes y deconstruyes sin parar, o del postre en forma de criatura que al fin compartes con el público?
Antonio M. Disfruto siempre mucho más de la fase creativa. Después me gustaría desaparecer, pero sé que no debo hacerlo, porque trabajo con editoriales pequeñas que me necesitan para visibilizar mis libros. Es impagable la labor que hacen las editoriales de teatro. Una cosa bien distinta es cuando la obra llega a la escena. Entonces sí me gusta estar entre el público, a poder ser de incógnito, para poner la oreja. El público es mi mejor escuela.
J. D. Tres preguntas breves: 1) Ese libro que te hizo enamorarte del hábito de leer; 2) El autor o autora que más admiras; y 3) De entre quienes ya nos observan desde el otro barrio, ¿con qué artista -literato o no- querrías pegarte una buena charla?
Antonio M. 1) El libro de las maravillas. 2) Admiro a muchos amigos que escriben. Siempre digo que mis autores favoritos son aquellos con quienes me puedo tomar una cervecita. 3) Con Gloria Lorca. O quizás con Federico Fuertes.
J. D. ¡Toma que toma! Pues ahora sí, Antonio, llegó el momento de echar el telón. Eso sí, antes de que concluya la obra que en forma de charla hemos mantenido estos días, me gustaría saber qué dirías si te pido que te definas a sí mismo. Vamos allá: Antonio, por encima de todo eres…
Antonio M. En estos momentos soy alguien que intenta cerrar con un buen broche la entrevista que le están haciendo. Me definiría como una persona en obras, incompleta, algunos días razonablemente infeliz y otros días feliz razonablemente.
J. D. Razonable, inmensa y eternamente felices nos has hecho tú estas semanas a quienes hemos aprendido y disfrutado leyendo tus reflexiones. ¡Mil gracias, Antonio, por tanto!
Y el telón bajó hasta besar las tablas del escenario. La obra concluyó. El público en sus butacas (o los lectores frente a estas líneas) hicieron suya la función. Antonio nos cantó la vida, y nos gritó: “¡teatro!”. Y el teatro hizo el resto hablando a través de Antonio, recordándonos la importancia -e incluso la necesidad- de que lo sepamos amar, cuidar y cultivar.
Hasta aquí Moroneando, que curiosamente cierra el círculo: el origen de la idea surgió en torno al teatro (a través de las Reflexiones tragicómicas con Raúl Cortés, publicadas en noviembre de 2019 en La antorcha y el manantial), y con teatro también llega a su fin. Pero esa es otra historia… Lo que me gustaría ahora proponerles antes de despedirme es que este verano se empapen de las obras de Antonio Miguel Morales Montoro, que se atrevan a adentrarse en ciénagas, que vean cómo es un destierro desde dentro, que desentrañen el proceder de la marabunta, que descubran a Madame Duval, que jueguen con los Arcanos, y que vuelen, que vuelen eternamente, ¡como los vencejos! Ya verán como el hecho de leer a este autor moronse les cambiará la vida. Les enriquecerá de amor, valor y dignidad sus corazones. ¿Que si exagero? ¡Nanai! Prueben y ya me dirán.
Les deseo un feliz y fresquito verano. Pero siempre, eso sí, moroneando.