Abríamos este Moroneando hace unos días resumiendo el momento, las publicaciones o los galardones que completan la obra del autor de teatro moronense Antonio M. Morales Montoro, al tiempo que iniciamos la charla y leímos sus primeras reflexiones. Esa Parte I ya dio buena cuenta de lo mucho que aprenderemos y disfrutaremos con nuestro protagonista en este final de julio. La inteligencia, la humildad y la generosidad de sus escritos nos sirvieron como guía canalizadora a través de la cual tratar diversos temas, así como el sello inconfundible de su dramaturgia, esa que grita y no se queda indiferente, esa que es “sensible y fuerte, intelectual y emocionante; accesible; que no se arruga; humana”.
Pues bien, hoy seguiremos en esa línea y nos alumbraremos con sus visiones buceando en la profundidad de algunas de sus obras. Porque, como él mismo apunta: «Me gusta ese teatro que se sitúa justo en frente del poder, para viviseccionarlo sin contemplaciones y encontrar así las causas de sus patologías. Y algunas veces intento practicarlo. Cuando escribo busco ese personaje que me haga entender los misterios insondables del inframundo, donde los cuerpos ateridos de whisky y soledad se amontonan en la boca del metro mientras paseamos junto a ellos con las bolsas del Primark repletas hasta las manillas. […] busco la metáfora que me haga encontrar al otro en la espuma taimada -como nieve lacerante- de los cuerpos donde habitan las algas cuando nieva sobre el Mediterráneo. […] intento desentrañar el contexto que hará tuyas estas palabras, porque nunca olvides que escribo para cuestionarte y para comprobar si tus dudas coinciden con las mías o acaso las resuelven. También sueño cuando escribo que es posible transformar la acción dramática en acción ciudadana. Y después, algunas veces, me siento en una silla, sin más, a observar cómo vuelan las palabras. Eso también me gusta mucho».
J. D. LA MILONGA DEL DESTIERRO Y LOS DÍAS AZULES. ¿Qué le recomendarías a quien hoy olvida o desconoce la vida y obra de Antonio Machado?
Antonio M. Quien lee a Antonio Machado se asoma a un espejo. Quien se acerca a su peripecia vital comprueba que no se diferencia sustancialmente de la de muchas personas migrantes de hoy en día. La historia de Antonio es una historia corriente, una historia cualquiera. No sé a quién podría extrañarle. Es la historia de una persona que huye de la guerra que asola su país, y que al hacerlo encuentra la muerte. Su nombre amplifica la historia, pues se trata de Antonio Machado. Pero no deja de ser una historia frecuente, y el propio Antonio, humanista de raíz, no se daría a sí mismo más importancia que a cualquier otra persona represaliada por sus ideas políticas, fuese célebre o no. Antonio murió en Colliure, Francia. Esa es la historia. El 22 de febrero de 1939 su cuerpo apareció sin vida. Una historia que no deja de suceder a cada instante. Sucedió antes de ayer, y ayer, y está sucediendo ahora. Una historia corriente, una historia cualquiera, la historia de un exiliado. En este caso, la historia de un exiliado español.
J. D. En esta obra hay mucho de patria (término manoseado donde los haya a lo largo de la historia, sobre todo por parte de quienes siempre intentaron apropiársela). Las páginas de tu libro recogen: “la patria no es el suelo que se pisa, sino el suelo que se labra”. Chicho Sánchez Ferlosio versó en 1964: “Dicen que la patria es / un fusil y una bandera… / Mi patria son mis hermanos / que están labrando la tierra”, letra que revive en nuestros días gracias a la mágica y comprometida voz de la cordobesa M.ª José Llergo. Pero parece que pasa el tiempo y en España, en lugar de definiciones como estas dos últimas, hace más ruido ese patriotismo que babea por símbolos, armas y elementos beligerantes y excluyentes…
Antonio M. “Patria” es un sustantivo abstracto, y como tal, en su mera enunciación se asocia a pensamientos o ideales. El problema no es la patria ni los patriotas, sino las personas que creen que la patria es suya, que ser patriota significa cerrar fronteras, que las banderas les pertenecen o les dignifican frente a otras banderas u otras nacionalidades. El problema no es ser patriota, sino ser fascista y asociar la bandera de un país a unos ideales fascistas. Y eso ocurre en España en muchísimas ocasiones. Cuando uno se pronuncia públicamente contra los nacionalismos patrios o contra las banderas como símbolos supremacistas salen en jauría los defensores nostálgicos de una patria anquilosada a tirársele al cuello. Yo no pongo una bandera de España en mi balcón porque prefiero balcones con claveles o con petunias, pero algunas veces me entran ganas de colgar una bien grande para descolocar a la derechona casposa que ha convertido la bandera de España en un símbolo de clase, en la mayoría de ocasiones de una clase impostada. Además (venga, ya pueden tirárseme al cuello) la bandera de España está manchada de sangre. Y no estoy dispuesto a olvidar ese detalle. Aun así, cuando veo a personas que se identifican con la bandera, soy consciente del acto de libertad que significa sentirse abanderado por lo que a cada quien le venga en gana, y como no soy iluso, también sé que el llevar una bandera o el no llevarla no te hace ni mejor ni peor persona. Intento no juzgar a nadie por las apariencias, aunque no siempre lo consiga. Reflexiono sobre el hecho de que personas de otros países se muestren orgullosas y luzcan mascarillas o gorras con la bandera nacional impresa, y me doy cuenta de que para ellas el símbolo tiene otro sentido; a veces incluso me alegro de que las lleven, porque tienen derecho a sentirse ciudadanos del país que están ayudando a construir. Para ellas la historia de la bandera es otra. Hay muchos patriotas que levantan el país desde sus trabajos precarios y que no se jactan de nada. No suelen usar banderitas, pero cuando lo hacen, lo hacen con pleno derecho. Muchos de esos verdaderos patriotas han recorrido miles de kilómetros para llegar a los invernaderos de Almería, a los terronales de Jaén o a los campos de nectarinas de Fraga, tienen nombres que hoy pueden parecernos impronunciables pero que mañana llevarán nuestros hijos y nuestras hijas, y son el ejemplo paradigmático de que la expresión de una identidad nacional supremacista no es la única forma válida de entender el patriotismo. Quizás yo deba aprender esa lección, pero me cuesta. Para mí la historia de la actual bandera de España y de otros símbolos patrios como el himno está vinculada con discursos imperialistas de dominación y con la dictadura genocida de Franco.
Después de todo lo dicho, yo sigo sin considerarme patriota. Además, la raíz de la palabra es excluyente. Prefiero hablar de Madre Tierra, de Matria, Es más, me encanta decir Matria, porque esta palabra hace que a cierta parcela del hemiciclo se la lleven los demonios. También es una reacción de libro.
J. D. También mucho de memoria histórica. ¿Cumple el Estado hoy con el “deber moral de dar fe de ese éxodo” que la España republicana y legitimada en las urnas se vio obligada a emprender?
Antonio M. De ninguna manera. El mismo Antonio Machado sigue enterrado en Francia, su tumba es un lugar de peregrinación. Si hubiese muerto en España, quizás todavía hoy lo estaríamos buscando en las cunetas, como a Lorca. Al estado español no le interesa dar fe del éxodo, pues es cómplice de la brutalidad contemporánea contra los migrantes y gasta en concertinas los fondos que pudieran dedicarse a ayudas sociales.
Son las Asociaciones por la Recuperación de la Memoria Histórica las que sacan fuerzas de flaqueza para dar fe de los horrores del pasado y desenterrar a los muertos para devolverles la dignidad de ser nombrados. Hace unos días participé en unas jornadas sobre memoria histórica en Lebrija. Me invitaron para hablar de la memoria histórica en mi teatro. Fue muy emocionante. Durante la charla se realizaban catas de ADN para identificar restos de las personas que fueron represaliadas durante y después del golpe de estado franquista. Tras mi intervención supe que la Asociación Cultural por la Memoria Histórica de Lebrija lleva años pidiendo al Ayuntamiento que cumpla con la legislación estatal y autonómica para retirar del callejero lebrijano los homenajes públicos a personajes fascistas. La imaginería fascista persiste y se convierte en adoctrinamiento para los más jóvenes, que dan relevancia a pasajes oscuros de nuestra historia reciente porque los políticos no cumplen con su cometido.
En Morón, personas como Miguel Guardado han hecho mucho por mantener viva la llama de la memoria. Precisamente por la lucha de personas como Miguel quedan pocos símbolos franquistas en nuestro callejero (según me cuenta él mismo, tan solo un bajo relieve del Sindicato Vertical, pero está oculto bajo un cartelón de Comisiones Obreras). Considero que su obra Consumatum est perdurará en el tiempo como un tótem de luz ante tanto oscurantismo, y cuando escribo algún texto que aborda temáticamente la memoria siempre tengo a mano la obra de Miguel. Hay unas declaraciones públicas de Miguel Guardado en la presentación de una documentación inédita descubierta por el profesor Gabriel Giráldez sobre los enterramientos realizados en Morón en los albores del Golpe de Estado que uno no puede oír a día de hoy sin estremecerse. Y es que un 25 de julio de hace tan solo 85 años (así que todavía hay personas vivas que pueden dar fe de lo que cuenta Miguel) ocurrió uno de los hechos más crueles de la historia reciente de nuestro pueblo: unos mil militares entraron en Morón bien pertrechados de armas y fueron sacando impunemente de sus casas a cientos de personas a quienes asesinaron. Sus cadáveres exangües quedaron abandonados por las calles, como un siniestro rosario de dolor. Luego fueron recogidos por camiones. Sus nombres no aparecen en los libros de enterramiento. Los asesinos intentaron borrar todas las huellas y festejaron el día de la matanza. Hay cuerpos todavía enterrados y nadie sabe dónde. A los criminales se les concedió honor y dignidad, y a los muertos se les negó la vida, el nombre y la memoria.
Mientras realizamos esta entrevista, no puedo dejar de pensar en el peligro que corre hoy en día la Ley de la Memoria Histórica, con tanto facha empeñado en derogarla. Pero me consuela pensar que la memoria, que debe estar protegida por la ley, cuenta también con el arte y con la investigación como baluartes principales en el ejercicio de su defensa. De hecho, cuenta la leyenda que el arte de la memoria fue inventado en Grecia por el poeta Simónides de Ceos, el único capaz de nombrar a los cadáveres desmembrados tras un derrumbamiento en Tesalia, donde fue invitado a un banquete. Pudo hacerlo porque había memorizado el lugar donde los convidados habían tomado asiento. Hoy en día precisamos muchos Simónides que nombren las cunetas de España.
J. D. ¿Huyeron Antonio Machado y su familia pensando que llegarían a volver?
Antonio M. No lo sé, pero creo que se fueron pensando en no morir. Su exilio estaba pensado para largo; de hecho, José Machado y Matea Monedero, hermano y cuñada respectivamente del poeta, enviaron a sus tres hijas a Rusia, aconsejados por Antonio, antes de partir ellos mismos hacia Colliure. En la mente de todos ellos estaba que algún día se encontrarían, pero fuera de España. Cuando partieron, Eulalia tenía 14 años, Matea 12 y Carmen 9. Escribí una obra sobre esta circunstancia que se va a publicar en la Revista Recherches, en la Universidad de Estrasburgo. Se llama Instrucciones para saltar a la comba. Pienso que una vez que cruzaron la frontera todos conocían su destino. Y no caminaban hacia él por azar, como Edipo, sino por necesidad, como Antígona.
J. D. Si duro ha de ser exiliarse con un hijo, cómo será el tener que hacerlo con una madre anciana… ¡Qué desgarro solo de pensar en esas fronteras que separan!
Antonio M. Tan solo hay que mirar a la actualidad para dar fe de ese dolor inefable. A las playas de Cádiz llegan cada día familias enteras con los ojos llenos de sal y de tierra.
J. D. ¿Es aún la España actual “un país paleto” en el que no se dialoga de ciertas cosas “porque nadie pregunta de verdad, salvo si es para responderse a sí mismo”?
Me cuesta trabajo responder a esta cuestión. Reconocer que alguien es paleto es arrogarse a uno mismo una superioridad intelectual muy peligrosa. Desde luego, Antonio Machado podía hacerlo (pues cualquiera era más paleto que él), pero yo no. Lo que sí creo es que existe demasiado ruido, y que las redes sociales encapsulan a falsos adoradores y a gurús en cárceles de oro, y los convierten en profetas de sí mismos, en hooligans pendencieros. Antes una persona podía tener doble moral, doble personalidad o dos varas de medir. Ahora es suficiente con tener dos perfiles en Facebook para hostigar al prójimo. Como dije en la Parte I: por un lado hostigan y por el otro se victimizan; perfil de libro. La sabiduría popular lo dice de otro modo: “soplar y sorber, no puede ser”. Julio Vélez lo explicaba así: “no se puede ser y parecer a un mismo tiempo. Te tienes que decidir”. Son las consecuencias que acarrea esa modernidad líquida de la que hablaba Bauman.
J. D. ¿Qué me dices de ese poeta “que escribe para el pueblo”, frente al que “permanece encerrado en su aristocrática torre de marfil enfocado a la cultura de selectas minorías”?
Antonio M. Hoy lo que menos predominan (por más que proliferen) son los poetas, ni de los unos ni de los otros. En Morón hemos tenido suerte: Julio Vélez, Alberto García Ulecia, Miguel Fernández Rivero, Ángeles Escudero… Hay una réplica de Max Estrella en Luces de bohemia que me parece visionaria (como toda la obra de Valle). En la escena donde conversan Rubén Darío, Max y Don Latino, hablan de la muerte: “La Dama de luto”. “No hablemos de ella”, dice Rubén. Max responde: “Tú la temes y yo la cortejo! ¡Rubén, te llevaré el mensaje que te plazca darme a la otra ribera de la Estigia. Vengo aquí para estrecharte por última vez la mano, guiado por el ilustre camello Don Latino de Híspalis. ¡Un hombre que desprecia tu poesía, como si fuese Académico!”. Ahí da Valle una de las claves más interesantes que he leído nunca para entender el funcionamiento de los círculos poéticos. Muchas veces los Académicos, y por extensión los responsables de las editoriales y de dar visibilidad a lo poético, desprecian la poesía que nace en el umbral del bullicio, de las tascas, de la noche, del festín oral de las conversaciones a pie de andamio, en las bajeras de los olivos o en los callejones del carnaval. La oralidad está en la base de la construcción poética, y sin ella no se entiende la tradición. Yo creo que hoy en día no abundan los poetas que estén con un ojo en los clásicos y con otro en las tascas. Y cuando encuentro alguno así me estremezco. Me sucedió últimamente con Miguel Ángel Feria y su poemario Anarcadia.
J. D. Hablando de estremecerse: ese Corpus Barga y cómo nos reconcilia con lo mejor de nuestra especie…
Antonio M. Me gusta pensar que siempre hay alguien cerca capaz de reconciliarnos con la vida, otra cosa es que lo sepamos ver. Corpus Barga fue un hombre que ayudó muchísimo a la familia Machado. Es una figura interesantísima: un señorito anarquista que durante la República estuvo del lado de Azaña y que vivió exiliado en Perú. Escribí un borrador de una obra con él como protagonista. Acometeré la escritura definitiva de esta obra próximamente. En la puesta en escena de Almazara se decidió prescindir del personaje, que aparecía solo dibujado en las primeras escenas.
J. D. El personaje de Doña Ana, madre de Antonio, me recuerda a esa mujer fuerte, grande como un gigante, brillante como la tierra, desnuda como los amores y los mares, y noble como la madera a la que en su día le cantaron aquellos Mafiosos de Juan Carlos Aragón Becerra…
Antonio M. Es que es un personaje real, como todos los que pueblan los pasodobles de Aragón. ¡Qué grande Juan Carlos! Tuve ocasión de conocerlo en unas Jornadas organizadas por la Asociación de Vecinos de San Francisco. Juan Ulecia lo convocó desde la Asociación Cultural Poética Sin Fronteras. El legado del Capitán Veneno es un tesoro eterno. Y en mi escritura hay dos candiles que me iluminan siempre: el carnaval y el flamenco.
Lo que sí te digo es que en el personaje de Doña Ana hay mucho de Antígona. Eso lo he sabido después de escribirla, al verla sobre la escena. Doña Ana no se deja vencer por la parca hasta que no logra ver descansando a su hijo, Antonio Machado. Y consigue estar toda una eternidad junto a él: enterrados en el exilio, pero juntos.
J. D. ¿“El mar distante y olvidadizo” que presenciaba Machado podría ser el Mediterráneo de hoy?
Antonio M. El mar que presenciaba Antonio Machado nace en mi escritura precedido por La ciénaga, que es una metáfora del mar Mediterráneo, donde la muerte, a fuerza de ser cotidiana, se ha hecho invisible. Siempre cuento una noticia que está en la génesis de la escritura de estas obras. Apareció un 26 de agosto en la versión digital de uno de los diarios más leídos de nuestro país; decía literalmente: “La canciller alemana Ángela Merkel ha visitado por primera vez en diez años un centro de acogida para 600 personas que huyen de sus países. La visita se ha desarrollado con normalidad. Precisamente esta tarde ha llegado a Italia un barco de refugiados con 50 cadáveres en la bodega”…
¿Se puede ser más ruin? En la coletilla de la noticia (esa parte que se corta si no hay espacio en el periódico), ahí es donde aparecen los cadáveres. Para que no se vean. La metáfora es enorme. Eso es lo que está sucediendo: que no vemos. El titular es que Ángela Merkel ha visitado un centro de refugiados. Y en la última línea -cosas ‘sin importancia’- se nos recuerda que “precisamente” esta tarde ha llegado a Italia un barco de refugiados con cincuenta cadáveres en la bodega… ¡Cuánto duele ese “precisamente”, el cual tan bien nos retrata!
Sin duda el mar que observaba Antonio Machado es el mismo mar que hoy devora personas cuyos nombres jamás conoceremos.
J. D. El proceso de investigación acerca de los últimos tiempos del genial poeta sevillano debió de ser apasionante. De cuanto descubriste, ¿qué te marcó más?
Antonio M. En el proceso de escritura de esta obra, tuve la suerte de contar con la visita del profesor Jacques Issorel al Instituto donde trabajo. Y al oírlo hablar con tanta sabiduría y tanto conocimiento de causa, supe que la historia de Antonio Machado podría servirme para explicar a mis alumnos las consecuencias de la guerra y del exilio.
Sin duda, lo que más me marcó fue encontrar similitudes, percibir que en un exilio caben todos los exilios y que la historia de un desterrado puede ser la historia de todos los desterrados. Por eso una de las claves de escritura fue intentar que mi obra no solo reflejase a la Madrid de 1939, sino también a la Alepo contemporánea. Intenté que la frontera entre España y Francia pudiese reflejar algo de lo que ocurre hoy en todas las fronteras, puesto que estoy completamente seguro de que lo que sintieron Machado y su familia se acercó a lo que hoy siente cualquier familia en los campos de detención.
J. D. ¿Se reconoce, se lee y se estudia en este país a las mujeres y los hombres de la Generación del 27 como esta se merece? (Y no me refiero solo a sus obras, sino también a lo que sus vidas, su compromiso y sus ideas supusieron para este país).
Antonio M. Ni muchísimo menos. Los libros de literatura no hablan de La Generación del 27. Hablan de los hombres de la Generación del 27. Y ese detalle no debe pasar desapercibido, porque estoy seguro de que lo mismo sucede en los libros de matemáticas, de historia, de física y química o de filosofía. Siempre comienzo a explicar la Generación del 27 pidiendo al alumnado que cuente el número de epígrafes dedicados a hombres en el tema y el dedicado a mujeres. También les insto a que echen una mirada a la foto que se hicieron los poetas en el Congreso celebrado en el Ateneo de Sevilla (erigido como testimonio gráfico de la nómina de poetas del 27). Les digo que en esa foto falta algo. Piensan un poco y enseguida se dan cuenta: faltan las mujeres. Y entonces las nombro, porque lo que no se nombra no existe: Maruja Mallo, María Zambrano, María Teresa León, Rosa Chacel, Ernestina de Champourcín, Josefina de la Torre Margarita Manso, Ángeles Santos, Concha Méndez, Marga Gil Roesset, etc. Realizamos trabajos de investigación sobre estas mujeres apasionantes y reflexionamos sobre el porqué de su ausencia en los libros de texto. Para concluir nuestro trabajo, visionamos Las Sinsombrero (entre otros excelentes documentales sobre ellas: https://www.youtube.com/watch?v=DXwgReVkrtQ), y llegamos a la conclusión de que esa omisión es imperdonable e intencionada: eran mujeres libres, pioneras del arte queer y contestatarias con el régimen. Esa omisión tiene que ver con lo que Tania Batlló llama “el mal endémico de la historia: la masculinización de lo intelectual”.
J. D. EPIFANÍA DE LA MARABUNTA. Voy a recoger algunas preguntas que tu texto lanza a los lectores: ¿Qué crees, Antonio, que sucedió con los -por entonces- más de 10.000 niños sirios desaparecidos en la frontera con la UE? ¿Qué hubiera pasado si un solo niño europeo se hubiera perdido en Siria, o si un ferry con niños europeos hubiese sido engullido por el Mediterráneo?…
Antonio M. “Más de diez mil niños desaparecidos en la frontera” fue un titular que leí y que funcionó como disparador para la escritura de esta obra. Me sigue pareciendo increíble. Cuando leí ese titular creí que el mundo iba a explotar al día siguiente. Pero no pasó nada. Bueno, sí, pasó una cosa: que el titular se convirtió en una noticia Guadiana y aparece y desaparece de nuestros medios de comunicación con una naturalidad que, si nos volvemos consentidores, nos convertirá a todas luces en cómplices del genocidio.
J. D. Voy un paso más allá, por deleznable que puedan ser algunas de las respuestas que nuestras mentes intuyan con pavor, pero he ahí precisamente la necesidad de que tanta calamidad no quede olvidada: un lustro después de haberla escrito, ¿qué crees que ha podido ser de todos esos menores que no han perecido en este tiempo en esos espacios de tránsito? ¿Quiénes se han hecho con ellos, y con qué fines?
Antonio M. Solo tengo una certeza, y es muy triste: esos 10.000 niños tan solo son hoy una estadística de los gobiernos de la Unión Europea. Desde mi teatro intento habitar las preguntas más que las respuestas, preguntas que en mí tienden a generar más preguntas: si esos niños han muerto, ¿cómo han muerto? Y si están vivos, ¿en manos de quién están? Es desde otras instancias desde donde se debe dar respuesta a esas cuestiones para evitar que las fronteras sigan siendo esa hidra furibunda que devora personas como si no hubiese un mañana. Epifanía de la Marabunta se escribió justo después La ciénaga, y parte del intento de resolver el silencio en que esta me había sumido como escritor, el silencio de los personajes que se quedaban sin palabras ante tanta barbarie.
J. D. “La culpa es solo de los gobiernos”, dirán algunos, o del “sistema”, soltarán otros… Sin restar ‘méritos’ a los responsables de semejante drama, me da la impresión de que los ciudadanos de a pie deberíamos hacer un poco de autocrítica y analizar cuánto compromiso o, por el contrario, indiferencia hemos mostrado en todo esto. Quizá, de haber estado las sociedades más implicadas, los grandes responsables se habrían visto más presionados a la hora de seguir jugando con tantas vidas humanas…
Antonio M. La autocrítica siempre es necesaria, y más aún en unos tiempos en los que la ética contemporánea se ahoga en los mismos naufragios que provoca. Precisamos más humanidad que nunca. Y la humanidad no reside en la culpa, sino en la reparación. No creo en la culpa como concepto júdeo-cristiano, pero sí en la responsabilidad civil, que no se dirime con la posibilidad de un cielo, sino con la justicia, que tiene la obligación de constatar la realidad de los infiernos. Estamos muy distanciados de la realidad. Las pantallas nos desconectan de todo. Tropezamos y nos caemos en el umbral de nuestra propia casa porque no somos capaces de dejar de mirar el teléfono. Decía Bauman que la mayoría de las veces, “cuando encendemos el móvil apagamos el mundo”. Rodeados de pantallas como estamos, la mayoría de las veces mediatizamos el drama, y no vemos la muerte más allá de nuestro último modelo de Samsung o de Iphone. A través del teatro debiéramos intentar hacer lo contrario: apagar el móvil y encender el mundo.
J. D. ¿Cuánto de reto tuvo el montar los diálogos de OBSO y LETO?
Antonio M. Fue una catarsis. Decidí escribir sin ponerme bridas. Aun así, estructuralmente, es una de mis obras más aristotélicas.
J. D. Para terminar (por hoy), ¿qué tipo de lluvia te caló al terminar esta obra?
Antonio M. Fue un chaparrón que no me caló hasta los huesos porque el teatro hizo las veces de paraguas.
¿Ven poco a poco por qué decimos que Antonio nos ayuda a abrir los ojos y darnos cuenta de la tremenda tormenta que nos cae a diario, la cual parecemos no percibir? Pues agárrense fuerte al paraguas que son sus obras, porque estas no solo nos permiten entender mejor la densidad de la lluvia que muchas veces nos empapa sibilinamente, dejándonos ciegos, sino que sobre todo nos da argumentos para saber cómo protegernos de ella y cómo sembrar un futuro más saneado, lúcido y humano.
Aún nos queda mucho por conocer de su cultura. A las inspiradoras reflexiones y vivencias de Antonio Miguel les quedan todavía varios días de nuevos posos en este Moroneando. Así que les invito a que dentro de pocas lunas disfruten con la Parte III…